Las lágrimas más ácidas que jamás hayan rozado mi cara derramo hoy, y del brillo de mis ojos me despido. Un día tan gris jamás hizo que en mi interior lloviera tanto y que hiciera tan bonito juego con el color del exterior de la ventana. Ahí fuera dicen que tras la tormenta llega la calma, y aunque aún así vuelva a llover, solo unos pocos saben ver lo que hay sobre las nubes. Solo unos pocos sienten más allá del gris y sienten más tonalidad.
El pulso sin cesar se me acelera, y mi mente aún más en blanco queda. Si de otro día se hubiera tratado, bemoles y sostenidos invadirían mis oídos a parte de mi cabeza, pero hoy por hoy, ya ni sostienen mis pensamientos. Simplemente se van.
Se van para volver. Siempre vuelven.
Y hoy, aunque digan lo contrario, el cielo llora. Y yo le hago compañía.